Ausencia de la mente
Contemplé
la oscuridad a mi alrededor, quería saber que podría pasar si caía en ella. Un
libro descansaba junto a mí y aunque lo había leído miles de veces quería saber
qué pasaría si lo abría de vuelta. Una
débil carretera sobre un enorme abismo es lo que separaba un débil cuerpo de
una enorme caída. Mi bicicleta, mi fiel compañera, estaba a unos pocos pasos de
mí y sólo me ofrecía dos opciones: Ignorar su ayuda para sacarme de ahí o
dejarme caer.
Todo
era oscuro, menos el cielo. Tanto era su brillo que tuve que cubrir mis ojos,
lo cual me dio un plano diferente de la oscuridad a mí alrededor. Ahora no solo
estaba cerca mío, ahora estaba frente a mí… observando. Intentaba apoderarse de
mí a través de mis ojos, pero no podía permitirlo. Tenía que decirle que lo
amaba antes del fin, aunque eso implicara su rechazo por el resto del tiempo
que duraran mis palabras. Me deshice de la oscuridad con facilidad, para darme
cuenta de ya no había ni rastro de ella. Sin notarlo, él se sentó junto a mí en
el borde de aquel abismo y allí comprendí la ausencia de la penumbra. Todo era
claro y agradable cuando él estaba cerca. Supe que ese era el momento y
tímidamente dije que lo amaba. No dijo nada, sólo me miró. Y acto seguido, se
fue.
Desperté
con mi vista nublada. Miré mis botas húmedas y rogué no haber manchado la
alfombra. Mi jefa, una mujer imponente, de paso firme y de vestimenta cara,
estaba parada frente a mí con cara de asombro mezclado con enojo. Hizo un gesto
con las manos, casi indescifrable para mí debido al breve abandono de mi mente.
Clavó su vista en mi pequeña persona y yo me preparé para los regaños pero…
-Usted
debería haberse ido ya, ¿no ve la hora?
Pero
yo, como cualquier adolecente “rebelde”, no acostumbraba a usar reloj. Vi mi
oportunidad de librarme de la responsabilidad de haberme dormido en el trabajo,
agarré mis cosas y me dispuse a irme.
-Lo
siento, ya me retiro.
Pasaron
los días y cobré mi primer sueldo. Desde ese día mi primera prioridad en la que
gastar mi dinero era en un reloj con alarma que no sólo me diera una clara noción
de la hora, sino que con su hermosa alarma me mantuviera despierta. Ni bien
cobré el dichoso sueldo, fui a la primera relojería que vi y me compré un
discreto reloj negro. Me alivié para mis adentros, me dirigí a mi puesto de
trabajo y rogué no dormirme otra vez.